IRREPRESENTABLE
Apoyada en las tablas de un andamio de cuatro cuerpos,una mujer cincela un fresco sobre los muros de un templo antiguo.Está de espaldas,con una trenza de dos cabos que afinan su figura,dibujada por las sombras que envuelven a ese recinto secreto, habitado de santos y anacoretas.
Todo el día pinta,su arte se ha convertido en una esencia vital y necesaria,un alimento imprescindible para su alma.Su rutina empieza muy de mañana,cuando el festivo sol ucraniano esparce sus luces sobre los tejados,Lena Suslova,eleva una oración a Dios ,y prácticamente se desprende de la realidad que lo rodea y se adentra en la escena que lo concita.Tiene que estar dentro.Y, el proceso de entrar en la esencia del tiempo, de la vida, del arte mismo no es tarea fácil.Sin embargo- para ella-,el ejercicio de la pintura se ha tornado en una fruta apetecible que come y digiere con extremada codicia.
Lena Suslova nació en Zaporozhve,Ucrania, en el año de 1972 .Estudió en la escuela superior de arte de Suzdal(Rusia),especializándose en la restauración de obras de arte y decoración.Matiza su adicción por la pintura,trabajando como contadora en una empresa de servicios públicos en su ciudad natal: además de ser diseñadora gráfica pinta murales con inquietante fervor místico en diversas iglesias cristianas. Pero en su médula subyace-también-una tendencia artística( llamémosle de cierta manera exterior),basado en plasmas decorativos de profuso simbolismo,inspirado en la impronta de Gustav Klimt,rayano en el Art Nouveau.
En la tarde,y hasta un poco antes del anochecer,Lena se desprende de su estado contemplativo,entra en su atelier y hace “estragos”.En su espacio secreto,silente, se enardece al contacto del pincel,se deja guiar por el sabueso de sus pasiones soterradas,de sus más caras y atrevidas irreverencias. Su estética alcanza su máxima riqueza retratando estados y escenas de mujeres estilizadas sobre fondos policromados, con rostros de una aparente apacibilidad,pero marcadas internamente por el hierro de una duda y una interrogante. “La creatividad está estrechamente relacionada con el estado interno del artista, el deseo de contar lo más íntimo, de contar sus impresiones en el lienzo. Cada imagen es una historia de vida”, me dice en su lenguaje cirilico que dicho sea de paso es un lenguaje creado para expresar verdades espirituales, arcanos,realidades incognoscibles con la más diáfana sencillez. En otra ocasión me dijo,casi en un tono de súplica: “Por favor,si llega a publicarme,no deplore mi fe”.Fueron una de sus expresiones que más me conmovieron,por lo cual quiero finalizar esta reseña hablando de aquello que más ama,y más tiempo dedica en su forja creativa. Esta pasión depurada lo conforman su impronta mística o religiosa, heredada de Velasquez y Rubens.Podría decir a este respecto que el hecho de asilarse en templos,de vagar -instintivamente- entre pasillos flanqueados de mosaicos bizantinos,introspeccionarse a la vista de sus cúpulas coronadas,obedece a la necesidad de experimentar en carne propia la consustanciación de los términos sacrificio y consagración.
Anualmente las paredes de los templos consumen ríos de pintura,cientos y miles de pinceles desmoñados de tiempo de vicisitudes,de horas ásperas, de días que se repiten bajo la esfera de un ritmo de duda e incertidumbre.Todo se fusiona en frescos dignos de admiración,se suceden series interminables de exquisitas proezas que hacen trasparente la historia,formolizado por la abracadabra de un diseño que al parecer mantienen una fe cautiva.
A través de su fe,el arte de Lena se viste de una belleza excepcional.Son altamente meritorios sus cientos de Cristos coronados de espinas,clasificados en claroscuros y de bordos vibrantes.Sus frescos abundan en escenas bíblicas cuyas narrativas nos llevan a meditar en el sentido de la existencia,en aquella verdad paradigmática tan evasiva a los ojos,tan poco comprensiva,pero que, cuando contemplamos a un Cristo de rodillas en el Getsemaní,o coronado de espinas sobre una cruz manifiesta una gran verdad que podemos notar ante una de las pinturas de Lena,precisamente de aquella que es la figura medular de un tríptico que la tiene tremendamente inquietada¿Que será?, se pregunta mientras borra y dibuja la mismas imágenes por cientos de veces.Nunca están perfectas en la superficie pétrea.
A veces está todo un día,una semana,un mes, escarbando con la espátula la cabellera ensangrentada, mojando con el pincel un rostro de agonía,rodeada de una nube de religiosos que admiran la belleza del arte, que están prestos a inclinar el rostro barbado ante la beatitud de una imagen que pretende ser representada en algo que es de por sí irrepresentable,irrepresentable por el color por el tiempo por el mismo fenómeno y misterio del arte del tiempo del color,por la vida en su estado natural.
Lena pugna por representar lo irrepresentable, humanamente.Con los guantes casi estropeados,con chispazos de tinta entre su cejas arqueadas,con ese ritmo cardiaco acelerado,con sus pensamientos que se hacen humo dentro de su cráneo,ha creado un lenguaje con el arte.Un idioma singular,por cierto,como la del mar, de los bosques,de las estrellas, de todo el universo,cuyas simbologías son poesía inspirada en la realidad y la grandeza de Dios, pero que al fin y al cabo no pueden representarla,
Entre la altura y la gravedad,Lena llora,clama con inusitado fervor por una representación fiel,hasta que ocurre un milagro que traspasa los umbrales de la razón y toda la solemnidad de los sabios.Sucede que el verdadero Cristo que Lena busca retratar no se deja conocer a través de una obra de arte,por más consumada que está fuera.Cristo no puede ser creado,Él es el Dios creador ,que habita en las personas que creen en él y viven de acuerdo a su Palabra o evangelio.Cristo no puede manifestarse en el fresco que pinta Lena,él solo puede manifestarse en Lena,habitar en todo su ser,tal como si fuera un tríptico de Dios. Dios es solo visible en las personas.La humanidad debería ser el gran fresco de Dios.
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